Sus uñas se aferraron a la arena. Huellas sangrantes memorizaban la textura de lo incierto, partículas color de luz ariscas y malignas. El par de pulmones que cumplían la sentencia en su calabozo de costillas resolvieron vomitar alaridos de dolor y perturbación a través de sus cuerdas. Podía escuchar su cuerpo rogando por clemencia, arrastrándose por la orilla, agonizante en un terrible halo de fuego interno.