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- 5 de marzo de 2025
El agua nos teje del vientre a la tierra
Por: Juan Alberto Gómez
A María Virginia Casasfranco, presidenta de la Fundación Ríos y Ciudades, le gusta usar la palabra “encadenamiento”, y con ella fluye como el río… como el agua. Esa palabra, derivada de cadena, a pesar de tener la connotación de algo mecánico, pesado, ferroso, adquiere en su discurso otra sustancia: se convierte en hilo, tejido, vínculo. Logra comunicar el sentido de la frase que también le gusta recitar, la que expresa en cuatro palabras sencillas todo un mundo de relaciones: “El agua nos teje”. Este es el lema que se convirtió en una declaración de principios tan universal y sustancial como la vida; la misma que inspiró la agenda sobre el río Cauca en la COP16. “Ese es nuestro punto de partida”, sentencia Virginia.
Porque el agua nos teje desde el útero a la tierra, de vientre a vientre. Es legítimo suponer una ligadura especial de la mujer con el agua, es decir, con el sustrato donde germina vida. No hay que forzar mucho el cerebro para significar en clave femenina las manifestaciones del agua en la fertilidad, los ciclos, la siembra, la cosecha, el sustento… Decimos Pacha Mama o Madre Tierra y viajamos al origen mismo de la vida. Por ejemplo, parece bastante coherente que la región donde se dan cita las aguas más grandes de Colombia, las aguas de los ríos Cauca y la Magdalena, se llame La Mojana, una especie de denominación femenina del Mohán. La Mojana suena tan señorial, germinal y abarcadora que hace ver al temible mito masculino del Mohán (anfibio, barbudo, peludo, sátiro y cornudo) como un intrascendente bufón de charca.
Pero antes de perdernos en esas enmarañadas raíces simbólicas, volvamos a María Virginia para entrar a lo que vamos. Ella recuerda que, por allá en un 8 de marzo de hace dos años, se juntaron mujeres feministas y ambientalistas para abordar el vínculo entre la cuenca y las mujeres, similar a la del vientre con la vida. “La cuenca como esa cavidad que acoge, que anida el agua en todas sus formas: las aguas subterráneas, los ríos, los páramos, las ciénagas, los humedales, los manglares”.
Y en ese proceso crearon la Red de Mujeres de los territorios del agua. Entonces pensaron en las mujeres que trabajan protegiendo el agua y no solo en las que tienen como énfasis su lucha por los derechos y por la equidad de género. Se gestó así “el encadenamiento”: redes que apoyan a las mujeres de los territorios por medio de iniciativas como el turismo de naturaleza, la agroecología, la gastronomía, los tejidos, entre otras, tratando de lograr la sostenibilidad con el propósito de que ellas no abandonen sus campos y así garantizar la protección del agua.
De esa manera se encontraron las apuestas de muchas mujeres, incluso dejaron de verse como rurales y urbanas o como ambientalistas y feministas, porque se sintieron parte de una misma cuenca hidrográfica en constante relación. Lugares donde se verifican unos encadenamientos asociados al cuidado de los nacimientos de los ríos de ladera, de las aguas de los valles, de los corredores urbanos, de las ciénagas, de los humedales, de los grandes caudales, de los manglares… “Lo que nos teje es el agua y esas zonas son las que permiten tejernos y, además, las que producen los alimentos”, concluye Virginia dejando brotar su palabra entusiasta.
Una declaración de amor por el agua
En esa red de tejidos las atrapó la oportunidad que abrió la COP16 en Cali para la biodiversidad. Ahí fue cuando las mujeres cuidadoras de la vida y del ambiente se sentaron a pensar en cómo incidir, cómo escalar ese proceso. Trabajaron por grupos y se vieron en relación con los diversos ecosistemas del agua, pensando también cómo se construía gobernanza en torno al agua. Concluyeron, entre otras cosas, que la educación ambiental debería estar principalmente en manos de mujeres. Igualmente, que se reconozca esa labor de cuidado del agua, que sea cuantificada, es decir, una perspectiva orientada a la financiación. En consecuencia, lograron plantear cuatro puntos básicos:
- Afirmar el enfoque de planeación de los territorios alrededor del agua.
- Revisar el liderazgo de las mujeres y su rol en los escenarios de gobernanza.
- Empezar a mirar escenarios políticos desde el ecofeminismo.
- Hablar de la deuda histórica con las mujeres en el cuidado del agua.
De allí salieron los insumos para lo que se ha llamado la “Declaración de Inírida”, en la cual también trabajó Sofía Ospina, integrante de la Asociación Conservar Nuestro Entorno. Sofía celebra ese documento en el que participaron 271 mujeres de diferentes organizaciones del país y que fue presentado en la COP16 a la ministra del Medio Ambiente, Susana Muhamad. Igualmente, sin esperar a que esas buenas intenciones se diluyeran en las negociaciones geopolíticas de la COP16 y aprovechando el impulso de la declaración, presentaron ante el Congreso el proyecto de ley denominado “Ley Inírida: mujeres cuidadoras de la biodiversidad”, que busca reconocer y fortalecer “la labor de las mujeres asociadas al cuidado, uso, manejo, gestión y conservación de la biodiversidad.
Sofía Ospina ha visto la transformación del paisaje del Valle del Cauca, que pasó del pluricultivo al monocultivo de la caña de azúcar. Añora aquel paisaje de verdes de todos los tonos que contemplaba cuando niña desde las montañas de su natal municipio de Vijes, 30 kilómetros al sur de Cali, en la Cordillera Occidental. Es una transformación que lamenta no solo por nostalgia, sino también por la confirmación científica que encontró en el estudio presentado por el australiano Douglas Laing en el año 2015. En este, Laing afirma que “los cañeros están acabando con el último reservorio de agua de la región, que es irremplazable”. Se refiere al agua fósil de 20 mil años ubicada a 200 y 500 metros de profundidad. En ese estudio sobre sostenibilidad agrícola, ambiental, económica y social proyectado al año 2065, Laing fue categórico: “la caña debe desaparecer del valle geográfico del río Cauca en los próximos 40 años para asegurar la capacidad productiva de la región”. Este agrónomo con doctorado en Climatología Agrícola y Fisiología de Plantas, y quien fuera por casi dos décadas director adjunto del Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT) de Palmira, fue más a fondo: “El agua será un asunto vital para la región cuando se vuelva más drástico el fenómeno del Niño” y señaló de manera enfática que el futuro del Valle del Cauca debe ser hortofrutícola. Casi como decir: restaurar el paisaje que contempló la niña Sofía desde las montañas de Vijes.
Sofía habla de cómo el paisaje biocultural del agua nos ha tejido y del papel fundamental que las mujeres han desempeñado en su gestación y continuidad. Un paisaje que no es, en definitiva, el del monocultivo de la caña, a pesar de que se promovió su declaración de patrimonio cultural. “Puede ser un paisaje cultural pero nunca biocultural”, afirma por su parte Virginia Casasfranco, “porque pertenece a grandes terratenientes en donde lo que hay es una relación de trabajo; no está vivo el paisaje y cómo se expresa”. La escasa presencia del pluricultivo la mantienen algunas fincas de los consejos comunitarios afrodescendientes, sumergidos entre cañaduzales, tratando de preservar la finca tradicional. “Nos demoramos mucho, pero por fin estamos hablando de lo biocultural, es lo que da la posibilidad de conservar con la gente y sus culturas”.
El alimento que nos teje
La pandemia desnudó la vulnerabilidad alimentaria y ambiental de las ciudades. Puso de nuevo en el centro la importancia del campo, de la seguridad alimentaria y de la relación entre biodiversidad y salud integral. Tomaron fuerza desde ahí las iniciativas ambientales como ecohuerteros, ecobarrios, bosques urbanos y corredores ambientales, entre otros.
Blanca Lucía Gil, del barrio Aguacatal de la Comuna 1 de Cali, es una de las mujeres que vivió la importancia de las huertas cuando llegó la incertidumbre ocasionada por las medidas sanitarias en 2020. “Ya todo el mundo se metió con huertas. Se han venido haciendo huertas caseras desde 2018, por medio de Ríos y Ciudades. Se le fue diciendo a la gente que cultivara en esos terrenos o en esos patios: un tomate cherry, una cebolla, un cilantro”, cuenta Blanca.
También asegura que la llegada de la pandemia demostró la importancia de las huertas, porque se convirtieron en espacios de sostén alimentario y emocional. Incluso, recuperaron una reserva natural que estaban loteando de manera ilegal en Vistahermosa, que merece el nombre, dice Blanca, por la belleza del paisaje que desde allí se divisa. Ese sitio se convirtió en refugio, en propósito comunitario. Gracias a él se sintieron menos solos y encerrados.
Igualmente, sobre la necesidad de alimento, apoyo y compañía se activaron memorias del campo, porque en esta zona de la ciudad viven familias del Cauca, de Nariño, del Chocó, de Buenaventura, muchas de ellas desplazadas por la violencia desde entornos rurales. Personas que casi siempre llegan a espacios domésticos muy reducidos, con apenas tierra en una matera, dedicados al trabajo informal o al rebusque en la ciudad. “ellos nos enseñan, aprendemos mutuamente”, relata Blanca, quien también fue una de las participantes de la agenda del río Cauca en la COP16, donde se dieron espacios tan importantes como el “Simposio internacional de mujeres en biodiversidad por los territorios”.
La presidenta de la Fundación Ríos y Ciudades recuerda cuando se le planteó a Christine Verschurung, feminista Suiza, cómo era su enfoque ecofeminista del agua y resalta su respuesta: “Dijo algo muy importante de la alimentación, y es que definitivamente lo más revolucionario desde lo local es cómo empezamos a cambiar esas relaciones de producción y cómo la agroecología en el mundo está cambiando la mentalidad y los tipos de encadenamiento. Eso lo están haciendo principalmente mujeres”.
Aunque Blanca Lucía Gil no estuvo entre las panelistas, es un eslabón esencial, un hilo más bien, de ese tejido de agua y alimento entre mujeres de todo el mundo. Y de manera especial en las cuencas, los páramos, los ríos, las ciénagas, los manglares y hasta en las entrañas más profundas de una de las zonas más biodiversas del planeta, en las que todo el tiempo se está tejiendo la vida.
Artículo publicado en la edición #61 de la Revista Pactemos
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