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Reflexiones sobre la participación de las mujeres Salvaguarda en la gestión ambiental  

Salvaguarda es un proyecto innovador que tiene el objetivo de fortalecer una ciudadanía ambiental proactiva. El proyecto está siendo ejecutado por HORIZONT3000 y Conciudadanía desde el 2020, es financiado por la Unión Europea...

Por Luz Mery Hernández, profesional especializada en la línea Ciudadanía Ambiental de Conciudadanía y Natalia Calderón Ruiz, Comunicadora Social

Salvaguarda es un proyecto innovador que tiene el objetivo de fortalecer una ciudadanía ambiental proactiva. El proyecto está siendo ejecutado por HORIZONT3000 y Conciudadanía desde el 2020, es financiado por la Unión Europea en el marco de su Compromiso con la Sociedad Civil y apoyado por la Austrian Development Agency (ADA), la agencia de la Cooperación Austríaca para el Desarrollo, y la Dreikönigsaktion-Austria (DKA). 

Desde 1991 la organización colombiana Conciudadanía lucha para que los derechos sean hechos. Con su trabajo promueven la participación ciudadana para la construcción y gestión democrática de territorios sustentables, reconciliados y en paz, mediante el ejercicio de la ciudadanía plena de hombres y mujeres. 

Si bien en Colombia no existen normas (leyes, decretos) vinculantes que obliguen a establecer una composición paritaria (Ojo. Sí hay algunas leyes que obligan a cuotas de mujeres, aunque no paritaria) entre hombres y mujeres en instancias de participación ciudadana, el proyecto Salvaguarda se propuso desarrollar un ciclo de encuentros provinciales con mujeres de organizaciones y colectivos ambientales participantes, para intercambiar experiencias, reflexionar y aprender sobre el rol de la mujer en la gestión ambiental y la paridad de hombres y mujeres en instancias de participación ciudadana.  

Mediante diversas actividades con mujeres pertenecientes a mesas ambientales, colectivos ambientales, consejos de cuenca, juntas de acueductos veredales del Oriente, Suroeste y Occidente antioqueño, Salvaguarda, ha ido reflexionando y comprendiendo el impacto de la participación de las mujeres en la gestión ambiental y la situación de este ejercicio en el ámbito local.  

Nuestro cuerpo es el primer territorio 

Iniciamos estas reflexiones “mapeando” el cuerpo – territorio, mediante una cartografía corporal plasmada en un dibujo realizado por ellas mismas, el cual se convirtió  después en un mapa para identificar su primer territorio, relacionados con sus dolencias, sus sueños y sus centros de conexión con la vida. Nos dimos cuenta, en principio, de la insistencia en relación con la represión hacia las mujeres y a todo aquel que defiende el territorio en términos generales. “Parece que defender lo nuestro no les gusta a los ricos ni a losl gobiernoss y prefieren darle nuestra tierra y territorios a las empresas que su único interés es hacer dinero. Mientras, nosotras como mujeres, ponemos la vida en el centro”.   

Las mujeres expresaron en estos encuentros, el sentimiento de impotencia frente a las problemáticas de sus territorios y esto ligado al temor de hacerse visibles. La señora Gloria del municipio de San Jerónimo, expuso que: “los líderes y las lideresas estamos llamados a luchar por el territorio, pero no nos podemos hacer visibles porque seremos los mártires del mañana”. 

Además, reconocen  el territorio y sus  principales conflictos socioambientales relacionados con el  agua (la falta de sentido de pertenencia para cuidar el agua, la contaminación del agua con agroquímicos, escasez de agua- bosque seco tropical, el mal uso de las fuentes hídricas, el aprovechamiento económico de las fuentes de agua,  la mala calidad en la prestación del servicio del agua, la privatización de los acueductos veredales ), la deforestación de los bosques, los monocultivos, la falta de compromiso institucional y de credibilidad en las instituciones, el desplazamiento y transformación de la cotidianidad de las comunidades por la generación de energía eléctrica, el  cambio de la vocación económica de los territorios por la minería y  los feminicidios, entre otras problemáticas  

Marta Loaiza, habitante del municipio de Titiribí, expresó -por ejemplo- que: “cuando en tiempo de inundaciones los medios dicen que el río se desvió de su cauce, en realidad la expresión correcta es que el río retoma su cauce”. Y Mabel Gómez, integrante de la Mesa Ambiental de Betania contó que: “el agua que tomamos en mi municipio viene desde sus áreas protegidas, por eso hay que cuidarlas como a la niña de nuestros ojos, pues el agua es tan importante para la vida como nuestro propio torrente sanguíneo”. 

Además, las mujeres coincidieron en el temor y rechazo a la estigmatización y amenazas por la defensa del territorio, como es el caso de las empresas mineras que estigmatizan la participación ciudadana, la afectación de la estructura social de la región a raíz de la minería y la pérdida de la cultura campesina. 

Respecto al rol de la mujer en las instancias públicas de participación ciudadana, los encuentros permitieron ampliar  la percepción de las mujeres respecto al hecho de que su constancia y trabajo para el cuidado de la vida,  ha sido, históricamente, descalificado y desconocido de manera pública. Carlina Posada, del municipio de Andes, lo sintetizaba cuando afirmaba que: “las mujeres hemos sido tenidas  en cuenta por la política para hacer, pero no para reconocernos”.   

Saberes que se entrelazan y enaltecen nuestro valor 

Para poner de presente la noción del empoderamiento de la mujer Salvaguarda se llevaron a cabo las “Ferias de Saberes de Mujeres Salvaguarda”. Allí se invitó al encuentro entre mujeres desde un espacio de creación, afirmación propia y cuidado de sí, a través de diferentes ejercicios y danzas que metaforizan la relación humana con los elementos que dan vida a la vida en el planeta: el aire, el agua, la tierra, el fuego-sol, para hacer consciencia de sus potenciales internos y sobre la labor que realizan como salvaguardas de la vida. 

La vivencia mediante la danza de la vida posibilitó que las mujeres despertaran a comprensiones muy significativas, reflexivas e integradoras respecto a su Ser Mujer, lo cual abrió una puerta de escucha de sí mismas, de amor propio y de apoyo entre iguales, que quedó evidenciado en sus reflexiones en el Diario de una Salvaguarda en torno a su historia de vida. Posteriormente se realizó un trabajo en subgrupos para el intercambio de saberes y experiencias entre ellas, en el que respondieron a las preguntas: ¿qué saber tenemos? ¿Dé quiénes aprendieron ese saber? ¿Cómo puedo compartir ese saber con otras mujeres? 

Frases como “Soy una cascada”, “El agua me recuerda que soy libre”, “Soy un árbol”, “Veo la naturaleza infinita”, “Que mis acciones sean transparentes como el agua” o “Me veo contemplando la naturaleza”, surgieron en las lecturas en voz alta del trabajo con el Diario.  

 “Cuando me miro en el agua, me veo cuidando el entorno, siendo un ejemplo de conservación, dejándole a mis hijos un mundo en el que puedan respirar”. Genoveva Restrepo, del municipio de Giraldo, expresó temor por lo que le espera a los descendientes si seguimos destruyendo el medio ambiente. Por su parte, Adriana Londoño, Consejera de Cuenca del río Sucio Alto, ve en el agua la herencia campesina que le dejaron sus padres: “me preocupa el campo, hay que reactivarlo, hay que trabajar otra vez la tierra, porque si no cuidamos el campo no vamos a tener agua, ni comida”. 

Es evidente que en el corazón de la esencia de las Mujeres Salvaguarda está el amor al campo, al trabajo de la tierra, son la cuna de sus sueños y preocupaciones. Por ejemplo, Luz Myriam Rodríguez, de Santa Fe de Antioquia, contó: “Vengo de una familia muy valiente, de manos trabajadoras, de mujeres guerreras. Resalto del campo que se ve el compartir y la solidaridad”.  

Estos encuentros también permitieron reconocer el gran potencial de saberes y conocimientos prácticos, profesionales y de la vida cotidiana que tienen las mujeres en la gestión ambiental en sus territorios, para generar economías para la vida, mercados justos y procesos más conscientes entre hombres y mujeres orientados a restablecer la vida en sus localidades desde el cuidado del planeta y de sus recursos naturales. 

Múltiples mujeres tienen habilidad con las artes manuales como el dibujo, el graffiti, el tejido en croché, punto de cruz, macramé, la elaboración de mándalas, ropa, joyería, atrapasueños y cajas decorativas; el don para tallar piedras, fabricar bloques para la construcción, organizar anchetas o pintar yeso. Otro grupo tiene habilidades para la sanación con las manos, como es el caso de la reflexología, también para la culinaria, hacer el pedicure, manicure, escribir y cuidar las plantas. 

Otro grupo de mujeres trabaja la tierra y hace productos orgánicos con lo sembrado: néctares para endulzar bebidas con gulupa y curuba, y productos para el cuidado personal con caléndula, cannabis, romero, jengibre y otras plantas; otras trabajan el cacao de forma artesanal, pulverizan la panela, hacen yogures artesanales o arepas de maíz puro. Al respecto, Viviana Urrea, una joven de Cocorná, afirmaba orgullosa: “Soy campesina de pura cepa, pocas cosas las disfruto tanto como sembrar y después poder comer lo cosechado”. 

Otras son emprendedoras, vendedoras, tienen negocios ambientales como la limpieza de pozos sépticos, comercializan productos responsables con el ambiente, tienen habilidades para las relaciones públicas, el teatro y las comunicaciones, mediante el uso de la fotografía, la escritura, la lectura y la palabra hablada. Otro grupo de mujeres tiene saberes vinculados al trabajo en lo social y se reconocen como lideresas en sus territorios, que impulsan juntas de acción comunal veredales, acueductos comunitarios, procesos de apoyo psicosocial, mesas ambientales, consejos de cuenca, reuniones de guardabosques, la docencia, etc. 

Los relatos que surgieron en los encuentros dan cuenta de sus lazos con otras mujeres: sus abuelas, sus madres, sus hermanas, sus tías, sus amigas, sus vecinas, sus profesoras del colegio..  

En el Suroeste antiqueño, por ejemplo, una mujer expresó: “Vivo en la vereda Las Mercedes de Santa Bárbara, soy técnica en salud, trabajé como promotora de salud, también catequista, me siento parte del territorio, pertenezco a la JAC desde que mis abuelos pertenecían, soy consejera de cuenca; tengo una parcela donde cultivo café orgánico y árboles para la reforestación, tengo un vivero comunitario, hace poco vendí 400 árboles para el PORH del Río Amagá-quebrada La Sinifaná”.  

Este espacio arrojó que, para promocionar y vender los productos hechos en los municipios y especialmente los elaborados por las mujeres, se requiere una estrategia de cualificación de la calidad y venta de productos; hay muchas ideas, pero limitada capacidad de comercialización. Resonó la preocupación por la dificultad para competir de manera local con los precios de las grandes empresas nacionales como la cadena D1. 

Acorde con una de las lideresas del Occidente antioqueño, María Ruth Ospina: “Nos ha faltado mucha capacidad de asociatividad. El capitalismo nos ha puesto en un lugar de competencia y ha dificultado la sororidad”. Como resultado del encuentro de saberes surgieron algunas propuestas como: gestionar ferias de trueques sororos para generar circuitos solidarios entre mujeres, hacer huertas comunitarias, impulsar una política pública de soberanía alimentaria, incentivar la compra local mediante campañas pedagógicas y ejercicios de asociatividad entre emprendimientos productivos, involucrar a los niños y a las niñas en el cuidado del patrimonio natural, posibilitándoles experiencias sensibles con la tierra; y construir una red de comercialización y producción de mujeres, que permita contar la historia que hay detrás de cada producto, entre otras.  

El cuidado del agua, darle nueva vida 

Luego, en una tercera ronda de encuentros subregionales de mujeres se dio paso a una pregunta: ¿Cómo cuida la Mujer Salvaguarda?, ¿cómo cuida de sí y del patrimonio natural? Aquí fue sorprendente encontrar la variedad de formas cómo una mujer cuida el patrimonio natural en su vida cotidiana.  

Por ejemplo, una docente del Suroeste antioqueño, cuenta que, en su carrera como educadora en vereda, armó una huerta en la escuela porque se dio cuenta de que los niños necesitaban era un almuerzo, entonces “yo con la huerta organizaba el almuerzo de ellos, les ensené también a los niños el reciclaje y les doy botellitas a las mamás para que siembren en casa y no tengan que estar gastando en el pueblo”.  

Por su parte, otra mujer afirmó: “Soy gran recicladora del agua y cuidarla es lo que más me agrada, tratar de que no arrojen agroquímicos por ninguna parte. También promuevo hacer huertas ecológicas en casas con solares”. 

Algunas cuidan siendo defensoras de las aguas de sus municipios: “Como mujer y cuidadora del medio ambiente, peleé y peleé y dije que no podían deforestar árboles porque eran madres del nacimiento cerca a mi casa. Estamos seis familias recogiendo agua de ese nacimiento y estoy cuidándola, aunque más abajo están votando ahí papel higiénico, muy injusto porque los animales también necesitan del agua. Es que el medio ambiente no solo somos los humanos”.  

Todas las mujeres, desde distintos lugares y contextos, tienen algún tipo de siembra, y procuran darle nueva vida al agua que recogen. 

Estamos lejos de la paridad mientras persistan las brechas de género

A lo largo del camino trabajado con las “Mujeres Salvaguarda”, se identificó la necesidad por trabajar las brechas de género, por ser una forma de representar la disparidad entre hombres y mujeres en cuanto a derechos, recursos y oportunidades. Este concepto puede aplicarse a distintos campos como el trabajo, la política, la participación, la educación y la economía. Por esto, durante los últimos los encuentros subregionales realizados en 2022, se reflexionó en torno a las formas de subordinación, opresión, discriminación y desigualdad que viven en su organización ambiental y en los territorios. 

De estos encuentros surgieron respuestas que invitan a pensar en la estructura que subyace al sistema patriarcal, que genera relaciones de dominio tácitas y difíciles de identificar, también difíciles de nombrar para las mujeres. Sobre todo, se identificó cómo la cultura ha marcado a las mujeres muy fuerte, ya que se les ha condicionado a ser las cuidadoras y se tiende a excluir al hombre de las responsabilidades del cuidado en todas sus dimensiones. 

Sobre la participación en escenarios públicos de discusión, aseguran que los hombres tienen voz, mientras que a las mujeres cuando opinan, disienten o proponen son catalogadas como “viejas brujas, cansonas, cantaletosas, dramáticas, exageradas…” entre otros calificativos.  En diversos casos, cuando la presidencia del colectivo, mesa ambiental o consejos de cuenca es de un hombre, aseguran que su voz es fuerte, habla duro para expresar ideas, no escucha, no se revisa a sí mismo y cree que todo lo que hace es “sobradísimo”.

Los hombres con cargos de poder delegan a las mujeres para los talleres, espacios de aprendizaje o donde se ponen tareas para el día a día, porque ellos dicen ser más productivos y despectivamente les dicen que: “las mujeres tienen más tiempo para ir a reuniones”. Pero a los escenarios de toma de decisión, del discurso en público, sí van.  

También surgió la necesidad de revisar las formas de relacionamiento con otras mujeres, pues en algunos casos, cuando tienen roles de poder en sus organizaciones, asumen formas de relacionamiento patriarcales y dominantes. 

La emocionalidad innata al cerebro de las mujeres se presenta en ocasiones como problemática, por dar pie a un miedo profunodo a la exposición que suponen los escenarios de tomas de decisiones y a la duda respecto a la capacidad para lograr x o y. Por lo anterior, podría ser interesante ahondar en cómo aportar a transformar las emociones, en potencia para actuar y en convicción para decir.  

Los encuentros también permitieron visualizar en las tres subregiones la alusión reiterativa a los obstáculos a los cuales se enfrenta la mujer en la participación ciudadana en general, puesto que presentan diversas cargas además de la laboral,  más conflictos referentes a las situaciones económicas y a la responsabilidad del cuidado no remunerada en sus hogares. 

Comprender la interrelación entre la pobreza, la deficiente educación y el desempleo; las violencias contra las mujeres y la falta de  autonomía en distintos escenarios; las desigualdades sociales, culturales y económicas, y la precaria salud sexual y reproductiva, son factores que tienen serias  implicaciones en el logro de la plena ciudadanía de las mujeres, por lo que fue identificado como uno de los principales aspectos que se deben tener en cuenta en la comprensión de estas brechas en la gestión ambiental. 

Fue gratificante ver cómo las mujeres se proponen seguirle apostando al fortalecimiento de los acueductos veredales, pues tienen la certeza de que un agua saludable para ellas, sus hijos y la comunidad en general, les disminuye el uso de tiempo en actividades del hogar (como hervir el agua para cocinar o beber, o tener que lavar a mano porque la lavadora se atasca con lodo que arrastra el agua del acueducto). Así como la necesidad de fortalecer iniciativas ambientales lideradas por mujeres, con recursos económicos y visibilidad pública, apoyar los emprendimientos productivos que, además de cuidar el patrimonio natural, les asegura la autonomía económica para salir de ciclos de violencia de género; e incentivar el acceso de niñas y mujeres al sistema educativo.  

El proyecto Salvaguarda ha contribuido de manera concreta  en propiciar estos espacios de reflexión, en financiar los encuentros subregionales y locales, generar la discusión mixta entre hombres y mujeres en  encuentros departamentales y en las juntas de acueducto de las tres subregiones, acompañando las ferias de saber y los trueques sororos, propiciando espacios de ayuda emocional con el acompañamiento de expertas en medicina bioenergética, biodanza, compartir de saberes ancestrales y saberes de las mujeres en el cuidado y al conservación del patrimonio natural , recetas caseras, plantas medicinales y a compartir sus semillas y plantas. 

Las mujeres somos poderosas, es importante recordarlo todos los días, aunque la mujer que esté al frente no sea la que quiero ser, porque reconocer mi oscuridad me ayuda a germinar la semilla. Es reconocer nuestras emociones como la ira, el enojo, la tristeza, todo lo que socialmente nos ha impuesto como negativo, pero que para mí representa lo que potencialmente es más humano. Brindémonos lugares de silencio, pausemos la rutina, así cueste, así duela, así sea imposible, hagámoslo por nosotras, por lo que llevamos dentro y empecemos a honrar a nuestro propio ser, que es nuestra intuición, pues somos intuitivas por naturaleza y allí está todo ese GPS que direcciona el corazón. El límite puede ser la potencia para que otras cosas entren. Se nos ha puesto la vida tanto en la palabra que se nos ha olvidado sentirla. Reconozcámonos a nosotras y también mirémonos en la otra compañera. Amemos el proceso y amémoslo desde la alegría, es decir, los problemas no siempre deben llevarse con tristeza, la vida no debe llevarse con dolor, pues nos enseñaron a que todo duele y a que todo  pesa, a que el hecho de  estar, se convierte en un sacrificio. Si empiezo a tomar los problemas con hermandad, con amor y con respeto, todos los problemas estomacales se van a aliviar. Rescatemos lo femenino. Invitación a tener tiempo para sí mismas. Jenifer. Testimonio Diario de una Salvaguarda, Encuentro Subregional de Mujeres Salvaguardas en Rionegro –sept de 2022. 

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