Personajes
2021
Amparo Saldarriaga Kinklert: Una oda al desarrollo rural en Colombia
Amparo es una mujer fuerte, amorosa e independiente nacida en Medellín en 1951, hija de Jorge y Blanca, quienes llegaron a la ciudad huyendo de la violencia, liberal-conservadora desde el Suroeste antioqueño. Tiene ascendencia alemana por parte de madre y una infancia impregnada del olor del café que cultivaba su padre, a tierra mojada, a árbol de guayabas, a campo verde. Siendo la menor de seis hijos, siempre fue la niña consentida de sus cinco hermanas y de su hermano hombre. Nunca se ha sentido “ama de casa” porque cuando era universitaria perteneció a esa generación mundial de desobedientes de los años 60: “Soy rebelde, hago lo que quiero, digo lo que quiero y ahora, a los 70 años, he podido hacer lo mismo, soy pura felicidad”, afirma.
Con sus blue jean, sus tenis y su pelo crespo ha conquistado importantes triunfos profesionales, fundamentalmente alrededor de su gran amor: la ruralidad colombiana. A los seis años se fue a vivir a una finca en el municipio de La Estrella y eso la apegó al campo para siempre. Desde su adolescencia, permaneció por varias temporadas de su vida en Guatemala, en compañía de su segunda mamá, Regina Rohers, en pleno Centro América, donde recibió una gran influencia de la cultura indígena Maya e interiorizó aún más la vida rural.
Fue una de las primeras mujeres en Medellín que tuvo una motocicleta de cross. Y es que ya en Guatemala se recorría los volcanes y los lagos en su moto, hasta que a los 18 años cuando volvió al país a estudiar Sociología en la Universidad Bolivariana. Desde entonces no hay iniciativa que le quede grande: siempre ha divido su tiempo entre estudiar, ser docente, aprender idiomas, ser voluntaria y ponerle el alma a todos los trabajos que emprende.
Un futuro para la niñez
En el año 1975 tuvo su primer trabajo como profesional en una ONG llamada Futuro para la Niñez. Allí se juntó con los que serían sus amigos para soñarse un país mejor: Nubia Garcés, Beatriz Montoya y Benjamín Cardona, con quienes años después cofundaría la Corporación para la Participación Ciudadana – Conciudadanía.
De aquellos años recuerda la libertad: era una mujer soltera, feliz, montada en un jeep con el campesino Matías Posada, con el doctor Jairo Alviar y con el padre Gabriel Díaz, quienes serían sus grandes maestros de vida. “Con ellos íbamos a todas las veredas de Antioquia, Caldas y Chocó, preguntándole a la gente: ¿usted qué quiere hacer para mejorar el futuro de sus niños? Y empezábamos muy de la mano de la comunidad a gestionar los recursos, a hacer los trabajos y pudimos inaugurar, yo no tengo la cuenta, pero fueron muchísimos acueductos, muchísimos alcantarillados, escuelitas, jardines infantiles, huertas caseras, seguridad alimentaria por todos lados”, recuerda Amparo.
Del movimiento que se fue formando alrededor de los niños nace Acaipa, entidad en la cual seguiría trabajando por los lados porque siguió profesionalizándose. También montó, con sus compañeros de universidad, una guardería pero al estilo Montessori, porque tiene la certeza de que “la educación siempre ha sido desacertada para los ciudadanos colombianos que somos genios y este tipo de educación ha acabado con nosotros, somos colectivos, somos amigos, somos ciudadanos y el tipo de educación ha acabado con toda esa fuerza que tenemos”.
Una deuda histórica con el campo
Su alma siempre ha estado en el campo colombiano. Después de Futuro para la Niñez trabajó en el Programa para el Desarrollo Rural Integral, en el marco de la propuesta de la Reforma Agraria. Recuerda que, por lo menos desde los años 70, ya en Colombia se pensaba que para lograr un horizonte de desarrollo: “hay que darle la función social a la tierra, luchar contra esa inequidad y la propiedad de la tierra, hay que titular y mejorar tecnología, pues, lo que se firmó en el acuerdo de La Habana en la parte uno, no nació ahí, Colombia lo ha soñado desde el DRI”. En este trabajo Amparo se recorrió Antioquia identificando los grupos de productores que tuvieran problemas con el manejo de la cosecha, la pos cosecha y la venta, porque en esa época ni siquiera habían carreteras, sino caminos de mula.
El DRI buscaba disminuir los canales y acercar el productor al comprador, organizar y apoyar cooperativas. Pero, ¿cuánto se ha avanzado desde entonces? Para Amparo, la pandemia ocasionada por la Covid – 19 trajo unos emprendimientos de jóvenes que, a través de las nuevas tecnologías, han logrado acercar más el producto del campesino, de la finca directamente al consumidor. Pero aún falta y mucho.
Luego del DRI, Amparo pasó a trabajar con la organización de cooperativas Financiacoop, que impulsaba el fortalecimiento de los grupos organizados para mejorar los canales de distribución y venta de los productos del sector agrario, así como su financiación; esto, mediante asistencia técnica para los productores del sector rural. Hoy el problema es el mismo, solo que se trata de incluir las tecnologías de la cuarta revolución allí.
Fue trabajando con los campesinos cuando, en 1979, la encontraron los estudiantes de Ciencias Agropecuarias, de Geología y de Economía Agrícola de la Universidad Nacional de Colombia, alma máter que no la soltaría hasta su jubilación. Allí le propusieron dar clases, pero ella les interpeló diciendo que no podría nunca estar sentada en un salón y así, con esta condición, ingresó a trabajar a “La Nacho”, primero dando cursos y luego como docente de tiempo completo hasta el año 2015.
La educación hacia el fortalecimiento institucional
Y es que no podía ser de otra forma, Amparo había sido aprendiz de grandes maestros: “Matías Posada que era un campesino, un sabio; Jairo Alviar, un científico y el padre Gabriel Díaz, que era como yo, como un instinto de ayudar, de fortalecer, de unir a los campesinos”. Ahora era su turno. Desde allí empezó un camino de especialización profesional en su vida, que no ha parado, pues primero entra a estudiar su maestría en Planeación Urbana y Regional en la Nacional, luego hizo otra maestría en Estados Unidos en Desarrollo Rural y luego un doctorado en Ciencias Sociales. En síntesis, Amparo está “más preparada que un Kumis”.
Cuando llegó de Estados Unidos a Medellín en 1990, recuerda que la ciudad estaba en una de sus crisis más agudas de violencia, “muy parecido a lo que hay ahora de las pandillas organizadas, la violencia de todo tipo, problemas en la administración, corrupción, todo”. Fue entonces cuando en 1992, siendo la Decana de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la sede Medellín, la Organización Corona la llamó para que se pusiera al frente de la Fundación, para lo cual Amparo debió pedir permiso en la Universidad, a la cual no quería renunciar.
Tuvo que hablar con el rector general de entonces, Antanas Mockus, quien le permitió irse cinco años en comisión no remunerada, durante la cual se encargó de impulsar toda la transformación del Hospital Pablo Tobón Uribe, época en la que todos los hospitales de la ciudad estaban en quiebra por la inadecuada gestión administrativa. Desde la Fundación Corona realizó también grandes proyectos a nivel nacional en Educación Ambiental y Cultura Ciudadana, muchos, en alianza con la Gerencia Presidencial para Medellín.
No es extraño que por muchos años fuera docente de todas las cátedras de responsabilidad social de la Universidad Nacional en la Facultad de Minas y Vicedecana de estudiantes. Y que hoy día, después de jubilada, sea docente de la Universidad Eafit, en la cátedra de Ética y Responsabilidad Social. Justamente en este campo ha estado su gran aporte a la Corporación para la Participación Ciudadana – Conciudadanía, de la cual es socia cofundadora.
Conciudadanía un voluntariado de vida
Desde chiquita, Amparo se declaró así misma como “una voluntaria”. Ya en el colegio Salesiano, del cual fue egresada, participaba en grupos de trabajo para ayudar en otros municipios e incluso otros departamentos. “En todos mis trabajos he mezclado siempre una parte laboral y otra de voluntariado en muchas partes del país, generalmente en proyectos de desarrollo social”, asegura.
Fue así como en 1991, cuando fue llamada por sus amigos a hacer parte de la fundación de Conciudadanía, decidió que aquella Corporación, su gran amor, sería también su gran voluntariado de vida. Y aunque nunca ha trabajo en la Corporación como empleada, ha sido presidenta del Consejo de Dirección en cinco ocasiones, varias veces vicepresidenta, entre otros roles. De todas estas experiencias se siente muy orgullosa, tanto por los éxitos como por las dificultades que ha atravesado la Corporación y de las cuales ha aprendido como nunca.
Recuerda, con gran emoción, la fundación de la Corporación: “todos quienes participamos en su fundación, somos unos convencidos de que buscamos fortalecer la ciudadanía para que los derechos sean hechos y un nuevo modelo de desarrollo humano, sostenible para todo mundo, no solo para Antioquia”. Dentro de sus grandes aportes a la visión institucional se destaca su liderazgo en la promoción del fortalecimiento institucional y del desarrollo humano sostenible, así como el enfoque ambiental el cual llevaba impulsando ya desde los años 90.
En tiempos de guerra, una cruz roja
A principios del 2000, durante algunos de los años más crudos de conflicto armado en el departamento de Antioquia, y después de salir de la Fundación Corona, Amparo trabajó como Secretaria General de la Cruz Roja por cinco años. Allí se encargaba de la alimentación, el transporte, los uniformes, cuadrar a todos los voluntarios y la logística, se entrevistaba con las autoridades y organizaba las rutas.
Hasta que un día, a San Carlos, en el Oriente antioqueño y luego a Ituango, lo rodearon los paramilitares; mataron niños, adultos mayores, destruyeron la infraestructura de los municipios. Amparo vio todo esto y fue un momento muy duro en su vida, de mucha crudeza, de mirar de frente la crueldad. Después de esto dejó de hablar, de comer y estuvo llorando día y noche por cerca de tres meses. Tuvo que renunciar a su trabajo y, según recuerda, “la salvó volver a la universidad como docente y estudiar mucho”.
Pasó muchos sustos por sus amigos en Conciudadanía, una institución que estuvo con la gente en los momentos más crudos, y ella se imaginaba allí a Nubia Garcés, a Beatriz Montoya, a Benjamín Cardona, quienes se la jugaron toda. Asegura que con energía, prudencia y felicidad pudieron sobrepasar aquellos tiempos. De aquel momento le quedó una sensación de desesperanza, que se revive hoy con el recrudecimiento del conflicto armado: “este no es el país por el que yo he luchado, la gente no se merece esto. Yo creo en los jóvenes de Colombia y quiero hacer sociedad con ellos”.
Nuevos horizontes de financiación
Amparo está convencida de que quedan muchos retos para Conciudadanía. Asegura, por ejemplo, que es un milagro que tantas otras organizaciones de la sociedad civil se sigan sosteniendo con base en la financiación externa: “Hay que tocar puertas en todas partes, buscar más recursos del Estado y del sector privado”. Especialmente ahora, que la pandemia ocasionada por la Covid -19 cambió la geopolítica, la geoestrategia y también las formas de financiación de la comunidad internacional, pues se volcó la mirada a otros continentes como África.
Al respecto, Amparo propone hacer un consejo especial para volver a mirar esta necesidad, encontrar la mejor manera de presentar la institución a fundaciones, seguir fortaleciendo las comunicaciones, la gestión del conocimiento, estructurar proyectos específicos con este propósito, ampliar el horizonte a la negociación y sobre todo, la disposición para ello.
Pero quizá, su gran recomendación para el fortalecimiento institucional actualmente, es que Conciudadanía incursione en la utilización de las tecnologías de la cuarta revolución en la sociedad 5.0 con énfasis en las regiones y el sector rural, porque ya no es más viable la segregación. “Conciudadanía es una joya, es una institución con un trabajo que fue pertinente en los 90, en el 2000 y creo que por lo menos hasta el 2030 puede seguir siéndolo, si seguimos trabajando por los Objetivos de Desarrollo Sostenible: por ello es indispensable meternos en la sociedad 5.0 para ver si podemos estar más fuertes, en más sitios, con nuestro pensamiento, nuestro interés en el respeto de la convivencia, de la Constitución, porque las leyes que hay ya son hermosas, no necesitamos más. Los ODS no son perfectos, pero nos inspiran”, asegura.
Derecho al futuro
Sin importar las caídas, Amparo nunca ha dejado de mirar la vida con alegría. Hoy en día, es profesora en Eafit, consultora en desarrollo social y responsabilidad social y es la presidenta de los Hogares Juveniles Campesinos de Colombia, donde promueve el estudio de 15 mil jóvenes, hombres y mujeres, que pueden acceder a este derecho por mujeres como Amparo. Además, es la presidenta de un grupo de pensamiento llamado Corpoplanea, un lugar en donde trabaja por el derecho al futuro, en el que cree firmemente: “Volver a querernos, a conversar, a respetar la diferencia y que todos trabajen, pero trabajen y trabajemos en lo que nos gusta, por el amor a la transformación”, afirma.
Todas las mañanas se despierta a meditar; primero le da gracias a la vida por todo lo que le ha dado, por el ser humano que es. Luego hace yoga, para pasar a disfrutar de la compañía de Horacio Arango Marín, ingeniero y matemático, y de su hijo Daniel, reconstructor histórico de la cultura nórdica, quien hoy tiene 32 años.
Entre risas afirma que los médicos le han recomendado bajar un poco las revoluciones. Y es que no hay duda de que sigue siendo una mujer con mucha energía. Día a día Amparo se pregunta: “Hoy, ¿cómo voy a ayudar para estar siempre sonriendo y lograr que cada día seamos mejores seres humanos?”. Su gran sueño es seguir siendo puente, entregar su conocimiento a personas que deseen oírla y, que cuando sus estudiantes piensen en ella, imaginen siempre la sonrisa de la profe Amparo.
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