Personajes

2021

Nubia Garcés Picón: Educadora de ciudadanías

Nubia Garcés Picón es una mujer de utopías. Pasan los años y sigue encontrando en la literatura y en la jardinería a unos fieles compañeros. Cuando se le pregunta cuál es su profesión, afirma con sencillez: “Soy una educadora, una educadora social. Si no, ¿qué he sido yo toda la vida?”.

No es extraño que esta administradora educativa y especialista en Desarrollo Humano haya integrado el equipo investigador convocado en la década de los 70 por Unicef y el Instituto de Bienestar Familiar, para recoger diversas experiencias de atención a los niños menores de siete años con participación de las comunidades; investigación, que posteriormente serviría como abono para delinear una política pública para la infancia en Colombia, cuando no existía aún el derecho prevalente de los niños y adolescentes a una buena calidad de vida, consagrado hoy en la Constitución Política de 1991.

Semillas para la infancia

Nubia ingresó a la organización Futuro para la Niñez en el año 1973, siendo apenas una joven recién graduada de la universidad. Allí, junto a Beatriz Montoya, iniciarían un camino de trabajo y aventuras que siguen compartiendo hoy en día, cada una a su forma y a su ritmo. En esta organización trabajaron con poblaciones rurales pobres, bajo el principio institucional de acompañar a las comunidades para que “se desarrollen por sí mismas, utilizando como estrategia motivadora el bienestar de la niñez y el bien futuro de ella, a través del ejercicio de la autonomía, la autogestión, la mutua cooperación y el mostrar a otros lo que hacían”, explica Nubia.

Trabajando allí, vivenció un momento que la cambió para siempre. En alguno de los encuentros con las comunidades en San Antonio de Prado, un líder campesino explicó a la comunidad que había leído en una revista que los años más importantes de vida de un niño eran los primeros seis años; y sin embargo, sus hijos en el campo no entraban a estudiar sino hasta los siete u ocho años, cuando empezaban la escuela. Fue a raíz de aquella intervención que se inició un proceso de formación de Jardines Infantiles Campesinos en Antioquia, impulsada por Futuro para la Niñez.

El proceso de creación y organización del Jardín resultaba de una decisión comunitaria: se acordaba una casa, un horario, una joven se ofrecía para trabajar como voluntaria con los niños-as de la comunidad y los padres de familia aportaban materiales rústicos y el “algo” para sus hijos. Así, la mamá de un niño en una vereda prestaba los corredores de la casa y los papás les mandaban a los hijos la botella con la aguapanela; después de la vereda, se sumaba el municipio en pleno y después se sumaba otro municipio, luego otro y otro. Solo por ejemplificar la potencia, relata Nubia que en San Vicente Ferrer había un solo Jardín en el cual 80 mujeres, formadas de manera voluntaria, trabajaban con los niños de cerca del 70% de las veredas del municipio.

En un año, las comunidades de distintos municipios del Oriente y el Suroeste antioqueño habían organizado cerca de 16 Jardines Infantiles Campesinos.

El jardín infantil como movimiento de la sociedad rural

Por el año 1975 surgió en Colombia la Ley 27, la cual definía que un porcentaje de la nómina de los trabajadores debería ir al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar –ICBF. Justamente, esta disponibilidad de recursos puso al ICBF en la urgencia de apoyar procesos que se estuvieran desarrollando en todo el país, siendo la experiencia de los Jardines Infantiles Campesinos una de las elegidas.

Para poder recibir los fondos era necesario constituirse como entidad jurídica y fue así que los Jardines adoptaron el nombre de ‘Asociación de Centros de Atención al Preescolar de Antioquia’, mejor conocida como Acaipa. Una entidad plural en cuyas asambleas participaban más de 300 personas pertenecientes a distintas comunidades, a la ONG Futuro para la Niñez y a Bienestar Familiar, también las maestras llamadas ‘Jardineras’ y el equipo que orientaba el proceso conformado entonces por Beatriz Montoya, Nubia Garcés y posteriormente Benjamín Cardona, así como delegaciones de comunidades socias.

Este cambio jurídico obligó a pasar de un proceso veredal a un proceso territorial mucho más amplio que requirió organizar todo un aparato administrativo, así como sistematizar la asesoría y el proceso formador de las Jardineras, lo cual se logró con el apoyo de CUSO (Canadá) e ICCO (Holanda). Gracias a esto, aquellas niñas de 14 o 15 años que empleaban su tiempo para jugar con los niños de la vereda, se fueron formando no sólo para trabajar con los niños, sino también para intervenir en los asuntos de sus comunidades y municipios, convirtiéndose paulatinamente en unas lideresas muy potentes.

Explica Nubia que trabajando en Acaipa se encontraron con que “los contextos de las comunidades donde actuaba la Asociación eran tradicionalistas y muy religiosos, por lo que algunos padres creían que educar a los niños equivalía a que aprendieran a rezar y obedecer. Entonces comprendimos que además de trabajar con las Jardineras, era muy importante ocuparse a la par con los padres de familia para inspirar el cambio de la cultura sobre la niñez, democratizar las relaciones familiares y promover el desarrollo del niño mediante el trabajo con los padres”.

Y si bien la perspectiva fue siempre atender a los niños con innovaciones pedagógicas y apoyar la participación comunitaria alrededor de los mismos, como efecto dominó esto desembocó en un fuerte trabajo con jóvenes y mujeres de las comunidades, del cual surgieron diversas organizaciones sociales. De esta forma, aquello que inició como un Jardín Infantil se convirtió progresivamente en una espiral de desarrollo, en un Movimiento Comunitario por los Niños de gran magnitud; una experiencia que para Nubia significaría la determinación de aprender pedagogía y el compromiso para toda su vida con la transformación social de los territorios.

Política Pública para los niños menores de siete años

En 1977 Acaipa recibió una invitación especial por parte del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y de Unicef para aportar en la construcción de una política pública nacional para la niñez. “En esta investigación se identificaron experiencias de distintos lugares de dentro y fuera del país como las escuelitas de banco de la costa, las escuelas populares de Buenaventura, Acaipa, entre otras; para proponer un modelo alternativo de atención a los niños que permitiera ampliar la cobertura y facilitara la participación de las comunidades”, rememora Nubia.

La investigación concluyó con la formulación e implementación en diversos lugares de Colombia, de una propuesta que recogía muchos aprendizajes de Acaipa y que inicialmente recibió el nombre de Casas Vecinales del Niño. Urbanas o rurales, esas casas estaban propuestas como independientes para el cuidado de los niños –no familiares-, y cada cinco casas conformaban una unidad vecinal, donde se pretendía generar todo un proceso organizativo alrededor de los niños. Afirma Nubia que “desafortunadamente la propuesta se fue transformando y la organización de los padres desapareció; después pasaron a ser llamados Hogares Comunitarios, atendidos por mujeres que disponían para ello sus casas con el fin de cuidar niños del vecindario”.

Un momento de mucha esperanza para el país

Fue a raíz de la fuerza había cogido a el movimiento comunitario alrededor de los niños en el departamento, las legislaciones que cada vez más atendían a la infancia, así como el momento que vivía el país con el proceso Constituyente, lo que llevó a que en 1991 en una asamblea de Acaipa se tomara la decisión de disolverla y dar vida a otro sueño.

La Asociación ya venía realizando un trabajo alrededor de la Asamblea Constituyente del 91 con las comunidades de los distintos municipios y en un punto se planteó la necesidad de migrar de la participación comunitaria alrededor de los niños, a un ambiente formador de la participación ciudadana. Nubia, Benjamín, Beatriz y Antonio Madariaga, entre otros soñadores, estaban determinados a no abandonar las comunidades y los procesos que se venían acompañando y encontraron en la Constitución Política que se estaba gestando la posibilidad de acompañar a los territorios a dar este paso.

Así, en 1991 nació la Corporación Conciudadanía con un primer reto: formar a la gente en el voto popular y en el significado de una nueva Constitución. Desde su nacimiento la institución se comprometió con las comunidades “a facilitar los procesos pedagógicos de organización, de movilización, para que la gente se empoderara y apropiara de la Constitución y ellos mismos empezaran a trabajar para que sus derechos fueran hechos”, expresa Nubia.

Junto a otras organizaciones sociales que también estaban reflexionando en el país alrededor del tema, Conciudadanía se puso a 10 para realizar pedagogía en Antioquia sobre los derechos y deberes constitucionales. Una labor que, insiste Nubia, sigue siendo indispensable porque “aún hoy puede haber gente adulta que no sepa que hay un libro llamado Constitución y mucha más que, aunque sepa de su existencia, no sepa que hay allí”.

Sobre el nacimiento de Conciudadanía recuerda Nubia que fue un momento “de mucho enamoramiento, muy bonito, de mucha esperanza y perspectiva de que sí era posible transformar el país”. Con emoción, exalta la experiencia que la Corporación vivió en El Carmen de Viboral el día en que se aprobó la Constitución, donde se hizo un evento muy grande en el parque central con la participación de distintos sectores, entidades y organizaciones. “Cada sector social se debía ingeniar cómo contarle a la comunidad la importancia de cada asunto consagrado en la Constitución de 91. El parque principal se engalanó y la gente de la zona urbana y rural llegó a preguntar, a jugar, a analizar, a bailar y a tocar a esa nueva Constitución”, concluye.

Movilización ciudadana para contener la guerra

Otra de las experiencias que entre sonrisas y gratitud se le vienen a la cabeza a Nubia, es la de las Asambleas Ciudadanas /Constituyentes. Espacios de deliberación, concertación y articulación de las diferentes organizaciones sociales para lograr mayor autonomía y capacidad de incidencia de tal o cual municipio. Asegura que aún hay gente que en eventos públicos se presenta como integrante de la Asamblea constituyente. Y es que, entre los procesos que acompañó Nubia como empleada de Conciudadanía, este fue uno que, además de marcar la vida de los territorios, se grabó en su corazón.

Ya desde 1998 en Mogotes, Santander, se había gestado una propuesta con gran impacto llamada Asamblea Ciudadana. Benjamín Cardona, otro socio fundador de Conciudadanía, le había seguido el rastro y la había estudiado, por ser una oportunidad para replicar en un departamento como Antioquia, tan afectado por el conflicto. Fue así como nacieron en el Oriente antioqueño las Asambleas por la Paz. Posteriormente, estos procesos asamblearios fueron impulsados en todo el departamento durante la gobernación de Guillermo Gaviria Correa, entre 2001 y 2003. Un pacifista que había llegado al cargo después de una campaña participativa, cuyo asesor de paz, Gilberto Echeverri Mejía, le había asegurado que el departamento nunca iba a salir de la crisis económica si no había paz, porque “no le cabía una bala más”. Entonces, Guillermo comenzó a estudiar a Martin Luther King y a Mahatma Gandhi, precursores de la filosofía de la NoViolencia y a conocer a distintos líderes mundiales de este movimiento.

Así, en 2001, en medio del momento de la más cruda violencia en el departamento, el gobernador se propuso motivar la NoViolencia en Antioquia y promover la elaboración de un Plan Congruente de Paz mediante una movilización ciudadana, como estrategia para reconstruir el tejido social destruido o debilitado por el conflicto armado y la crisis social, económica y política. En este proceso participó activamente la unión estratégica de un grupo de ONG entre las que se encontraba Conciudadanía, quien con alma y cabeza se dedicó a promover la iniciativa.

De esta forma “se gestó la Asamblea Constituyente de Antioquia, donde elaboramos un Plan de Paz, con mucha participación y pluralidad, con análisis y diagnósticos en todos los municipios del departamento. En este proceso participaron la institucionalidad local, los distintos sectores de la comunidad y de las organizaciones sociales, construyendo sus propios planes municipales de paz, de abajo hacia arriba.

Mediante las Asambleas la gente aprendió a deliberar, entendió que lo público se discute en público y por el público, aumentó capacidad de autogobierno sobre sus derechos, es decir construyó bases para trabajar y conseguir ‘que los derechos sean hechos’”, relata Nubia.

Recuerda con emotividad que en aquel entonces “se hicieron cosas muy bonitas y significativas con la sociedad civil. Por ejemplo en 2001, cuando a raíz del asedio de la guerrilla Dabeiba estaba aislada y no podía recibir comida, el Gobernador organizó una caravana para poder llevarles comida y era una fila de carros de la ciudadanía acompañándose los unos a los otros, sin Ejército”. Contradictoriamente, fue también en aquel momento de sueño colectivo cuando la guerrilla secuestró a Gaviria en medio de una marcha por el movimiento de la No Violencia que iba rumbo a Caicedo y posteriormente lo mató.

El rodaje de la película continúa

Después de su retiro como empleada de Conciudadanía en 2015, Nubia se ha dedicado a Conciudadanía “de tiempo completo y medio”, asegura entre risas. Ha sido presidenta del Consejo de Dirección por dos periodos consecutivos y ahora ejerce la vicepresidencia.

Hoy día disfruta de jardinear, caminar el campo, tertuliar y acompañar a distancia a su hija Talía y a su nieta Julia, quienes viven en España, así como escuchar salsa y jazz, dos de sus géneros favoritos. Cuenta que en casa durante la pandemia cuida de sus plantas, a su gato Tango –, lee y vive “tranquila, sin muchas aspiraciones económicas”. Por sobre todo, está convencida de que no quiere perderse la infancia de su nieta y, más que viajar, extraña poder verla presencialmente en Colombia, para que ella conozca el rebujo del país, a qué huele Colombia, a qué sabe.

En estos momentos de su vida recuerda con amor cuando su padre le preguntaba: “Negra, vení, contame qué es lo que vos hacés”. Y después de ella contarle una y otra vez la retahíla, él siempre le respondía: “O sea, si hacés mucho, no se ve. Y si hacés poquito, tampoco”. A estas alturas de la vida está convencida de que su papá intentaba decirle que su búsqueda “es un sueño de nunca acabar y una tarea interminable, porque nuestra búsqueda es la construcción humana. Y tenemos que continuar con nuestra misión, porque los derechos aún no se han hecho hechos. Es una utopía, y está bien que sea así, porque eso es lo que nos mueve”.

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