Personajes

2021

Raúl Arango: un pasajero en el tiempo

Raúl, es un humanista. Le apasiona el estudio del ser humano y las ciencias sociales, es promotor social, abogado, docente y artista. Afirma que morirá como el campesino en el surco: trabajando. Y es que, siendo muy pequeño, a los nueve años comenzó a laborar bañando perros, conduciendo caballos o abonando tierras para matas, porque en su casa eran muchos hijos y la pobreza asechaba. Nunca dejó de estudiar porque entendió que esa sería la herramienta que le permitiría cumplir sus sueños; y es que, tal como Vargas Llosa, asegura que lo mejor que le pasó en la vida fue haber aprendido a leer.

Oriundo de Marinilla, es un hombre que prefiere ser “de bajo perfil”: mucha escucha y sólo las palabras precisas. Explica que incluso para él es difícil percibir a tiempo su esencia: “como los niños autistas aprendí a observar y a capitalizar mi mundo interior, que es realmente muy cósmico. Soy polvo de estrellas, pues así como en una gota de agua que saques del mar está toda la particularidad, así mismo, si tú me ves a mí: el universo soy yo”.

Creció en una familia muy unida y respetuosa de las diferencias. Asegura que la afectividad con la que lo crio su madre fue determinante en su vida. Su entrega a la transformación de Marinilla ha sido absoluta desde niño: “nunca me ha gustado quedarme a vivir en los procesos si no impulsarlos, como un pasajero eterno en las rutas de los procesos. No me interesa ni figurar, me interesa dejar los procesos vertebrados”, afirma.

¡Gracias al teatro, que me ha dado tanto!

Las bellas artes han transversalizado su vida. Ya desde noveno de bachillerato era parte del grupo teatral Mariní, donde aprendió a ser desenvuelto, a hablar en público y a hacer política. “Nosotros montábamos obras de teatro pequeñas y nos llevaban a las veredas a los convites y a los comités veredales, donde iban los políticos. Allí aprendimos a proyectarnos políticamente”, recuerda.

Dentro de las obras de teatro favoritas de Raúl destacan las cómicas de Moliere, como el Gentil Hombre el Tartufo, y las dramáticas como Mártir por la fe o la Madre Loca. Impulsó la creación de la Corporación Teatral Acordes, fue promotor cultural en la Corporación Amigos del Arte, apoyó la creación del Festival de Música Andina Colombiana e hizo parte de la formación del Festival de Teatro Infantil del municipio.

Asegura que Marinilla es una ciudad con alma musical y sigue soñando con montar una Orquesta Sinfónica allí. Cuando hizo parte de la creación de la Secretaría de Cultura y le preguntaron para que serviría una secretaría así en el municipio, su respuesta fue la misma que hoy: “Para ser una generadora de procesos artísticos y culturales que impacten lo social”.

No es extraño que fueran sus primeros pinitos en el teatro los que desencadenaran su incursión en la participación ciudadana. Primero, como concejal en Marinilla, después apoyando candidaturas, momento en el cual aprendió a hacer trabajo social de base; también como Jefe de Impuestos del municipio y hoy desde la Defensoría del Pueblo en Medellín. Fue, de hecho, gracias a sus amigas de teatro que años después participaría en la creación de la Corporación Conciudadanía, de la cual es socio fundador.

Firma histórica en el Gran Hotel

Para principios de la década de 1990 tres amigas del teatro: Lola, Nora y Ángela eran también jardineras en la Asociación de Centros de Atención al Preescolar de Antioquia –Acaipa-. Recuerda Raúl, entre risas, que “un día llegaron y me dijeron: vamos a fundar una corporación, porque se acabó Acaipa. Yo ni sabía qué era eso, pero dije “¡listo!” y entonces me fui al Gran Hotel en Medellín a la primera asamblea donde firmamos el acta de constitución de Conciudadanía”. Aquel día Raúl se convirtió en socio y desde entonces ha estado en distintos períodos en el Consejo de Dirección de la Corporación.

Antes de aquel día sólo conocía de vista a dos de los socios fundadores de Conciudadanía que venían de Acaipa: “Beatriz Montoya que repartía un periódico que se llamaba Caja de Herramientas y a Benjamín Cardona, quien había sido cura. Ya en el Gran Hotel conocí a alguien muy admirado y que quise mucho, Jaime Jaramillo Panesso y también el talento de Madariaga, me impresionó mucho su capacidad dialéctica e interpretativa”.

Recuerda que para 1991 a Conciudadanía la deslumbró el tema de la Constituyente, que es coetánea con ella y su razón de ser: “ese ropaje era maravilloso porque la inclusión, la participación, la novedad, la nueva realidad, eso era muy atractivo y fueron los jóvenes de ese entonces los que impulsaron La Séptima Papeleta, fue una cosa realmente maravillosa”. Entonces, desde la primera vez que tuvo contacto con Beatriz en un taller en Marinilla sobre el significado del Estado Social de Derecho, sintió que aquello tenía mucho sentido defenderlo.

Y si bien, siempre tuvo claro que la fundación de Conciudadanía significaba un compromiso especial con los derechos que estaban contemplados en la Constitución de 1991, no le es ajeno que ésta nos metió varios goles: entre ellos, el régimen presidencialista, pues asegura que “el presidente en Colombia es un requisito a la manera clásica de los virreyes coloniales. Pero como decía Álvaro Gómez, con tumbar o matar un presidente como hicieron en Haití, nada ganamos, lo que hay que cambiar es el régimen”.

Según Raúl, tenemos una Constitución que se declara abierta, participativa y pluralista, pero en la realidad todavía falta abrir las instituciones y trabajar más con la comunidad para que sean realmente participativas. Se cuestiona por la insuficiencia de los mecanismos que trajo la Ley 134 de 1994: “¿Cuántas revocatorias del mandato hemos podido hacer? o ¿cuántos elementos de la Consulta Popular realmente se pudieron implementar?”, dice con vehemencia.

De Conciudadanía destaca la apuesta histórica por el trabajo de campo y en territorio, porque significa una intención clara de dejar instaladas capacidades en la gente. Exalta con especial emoción lo que significó el proyecto “De la casa a la plaza”. Y asegura que 30 años después el gran reto de la Corporación sigue siendo la participación: “porque yo puedo ir a la marcha, caminar y gritar las consignas sin saber qué estoy validando con la presencia ahí. Por eso hay que trabajar muchísimo en el por qué, el para qué y el cómo se participa”. Sobre todo, considera fundamental para la institución volver a la pregunta: “¿Qué tipo de ciudadano queremos?”.

También considera que otro de los principales retos a la gestión se encuentra en los jóvenes y en particular en los que son millennials, de quienes considera que “tienen causas las que se quieran y son grandes corrientes, pero necesitan un cauce, una ruta por dónde trasegar todos esos líquidos refrescantes de pensamiento y de acción que traen consigo”.

Siempre la autonomía, nunca los abrazos forzados

Tanto en su faceta de abogado, como en su rol de educador, la preocupación de Raúl Arango siempre ha sido la reducción de la brecha de desigualdad en nuestro país. Junto a Héctor Iván González y otros amigos fundó la Corporación para niños especiales El Progreso, de la cual fue director y en la cual trabajó hasta el 2004. “Los autistas me enseñaron muchísimo, son particularmente sensibles a los estímulos externos, sea el ruido o sea el tacto. Con el autista hay que tener muchísimo cuidado porque lo que para ti es una voz agradable, para él es un estruendo y lo que para ti es una caricia, para él puede ser un golpe”, afirma.

Muchos fueron los retos pedagógicos que le quedaron de aquella experiencia y que aún le resuenan en su quehacer: “Hoy, en el aula profesional lo primero que hago es revisar tres dispositivos básicos del aprendizaje: memoria, motivación y concentración. Desde El Prodigio entendí que respetar la autonomía significa acompañar al otro en el autodescubrimiento de qué quiere ser y hasta dónde quiere mostrarse a este mundo externo que es tan exigente. Cualquier proyecto educativo personal o el plan de atención integral personal debe hacerse con base en lo que cada niño y niña muestre, no con base en lo que yo le imponga”.

Raúl fue un soñador y un crítico de los paradigmas. Quizá su principal lucha fue contra la metodología del abrazo forzado, con el supuesto interés de que los niños/as autistas comprendan que hay un otro. Por eso Raúl nunca lo hizo, su ética no se lo permitió: “Tú no abrazas lo que no deseas: sea ello un cuerpo, un paradigma de estudio o sea ello una línea de acción. ¿Por qué va a venir alguien a decirnos que hay que abrazarlo solamente porque es un mecanismo para descubrir a los demás, cuando los autistas tienen muchísimas formas de llegar al otro?, ¿cuál es mi afán que él lo exteriorice si él ya lo sabe? Si no le interesa el contacto físico, ¿cómo lo vulnero?”.

En la actualidad, tanto en las proyecciones que plantea para la Corporación de estudiantes universitarios y profesionales de Marinilla –Quórum-, de la cual fue fundador, como para sus estudiantes de la materia Régimen y Sistema Político Colombiano, que dicta desde hace tres años en la Escuela Superior de Administración Pública –Esap, se plantea cómo mover a estos seres humanos por dentro sin tocarles un pelo.

El camino es hacia adentro

Luego de pasar la barrera de los 45 años de vida, el reto actual para Rául es encontrarse consigo mismo. Tener la certeza de que todo lo que de él salga, sea puro, tranquilo y transparente. Entiende el ocio como lo entendía Aristóteles: “un momento de conexión profunda consigo mismo que posibilita construir las ideas más geniales”.

Sin duda, la quietud no es lo suyo, sabe que seguirá trabajando hasta que el cuerpo se lo permita. Recientemente, en las noches, le asalta una y otra vez la duda por el viaje en el tiempo. Le emociona la idea de fundirse y abrazarse con su propio origen: “y si el miedo es que pase lo que ocurre con los agujeros negros, que absorben toda la materia, ¡pues bendita fusión! Me fundí con nada más que conmigo mismo”.

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