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- 1 de diciembre de 2023
La mujer campesina como símbolo de resistencia territorial: una mirada desde el oficio de la arriería y la permanencia en el territorio
Conciudadanía Comunica
Por: Lina María Osorio,
Irene Perfetti Salazar,
María Gianelli Montoya García y
Yudy Alejandra Gallego Franco
Línea de Mujeres- Festival de la Montaña.
“El Festival de la montaña es una iniciativa comunitaria de la Corporación Cultural NYBRAM y la Junta de Acción Comunal de la vereda El Porvenir Cañón del Río Melcocho, que busca generar valoración, reconocimiento y resignificación de los saberes y prácticas de las comunidades rurales de El Carmen de Viboral – Antioquia, generando al mismo tiempo un reconocimiento y documentación de estos procesos como parte del patrimonio material inmaterial, aportando con ello a la reparación simbólica, la apropiación territorial, la construcción del tejido social y la preservación de la memoria colectiva de estas comunidades y su autonomía territorial”.1
El Festival de la Montaña en su sexta versión Las huellas de la arriería, desarrolló el proyecto “La mujer campesina como símbolo de resistencia territorial” durante los meses de mayo, junio y julio del 2023, con el cuál se busca generar espacios de diálogo con las mujeres, niños y niñas campesinas y arrieras de la vereda Morros, del municipio El Carmen de Viboral a través de la siembra de la huerta escolar y comunitaria y la creación de arpilleras con materiales reciclables como pantalones viejos y retazos de tela con las que se relataron fragmentos de su vida en la vereda.
¿Cómo poner tantas voces y vivencias diversas en un texto? ¿Cómo contar la historia del proyecto teniendo en cuenta cuatro miradas de una misma experiencia? Decidimos hacerlo mediante la construcción de cuatro relatos en las voces de las diversas mujeres, pues cada una siente la vida en función de quién es como mujer y el oficio que desarrolla. Aunque mucho quedó sin contar, aquí presentamos un abrebocas de una experiencia bajo cuatro miradas diferentes.
Yudy Alejandra Gallego Franco
Después de tres horas en chiva por fin se divisan las hojas verdes de los árboles, el colorido en tonos rojos y rosas de las ericáceas y las bromelias: ¡cuán hermoso contrastan esos barrancos llenos de plantas con el cielo azul cálido! Al bajarnos conocimos al subordinado, ser marrón y de pezuñas que nos llevará el equipaje en una loma de bajada por más de dos horas; caminar se nos hace fácil, ya livianas. Estamos siempre acompañadas en nuestro camino de muchas personas que van de viaje o están trabajando, todos nos saludan, aunque no nos conozcan. Me impacta ver a una chica persiguiendo una bestia y metiéndola en un corral para ensillarla, parece tener 15 años y ya sabe lidiar perfectamente con caballos.
Toda la vecindad nos guía al lugar de quienes nos esperan. Es un lugar seguro, nos lo indican los perros… ¿Por qué no ladran ni defienden la casa? Un campesino, de pura cepa, nos dice: “Aquí no nos gusta eso, no tenemos necesidad de que los perros nos cuiden, no tenemos mucho que perder y todos somos familia”.
Al explorar el territorio nos prestan un caballo ensillado, sin duda el ofrecimiento más grato y al mismo tiempo tenebroso que podemos tener, pero ahí conocemos a “Canario”. Me dice Michel, niña de siete años campesina, arriera, maestra y de palabras firmes: “Él es brioso, solo a mí me obedece”. Claro que sí… ella tiene el vínculo más profundo y hermoso con los caballos que jamás he visto y, al verla, decido que quiero ser cómo ella y copiar cada una de sus formas de relacionarse con ellos, incluso intento vincularme con Canario.
Nota para Canario: Para ti, subordinado y de profunda nobleza, que como todos los caballos de estas tierras está sujeto a la voluntad de sus amos, deseo un amo con el corazón y la sabiduría de Michel.
Irene Perfetti Salazar
Salimos del pueblo hacía El Boquerón, subimos y subimos por una trocha de piedra y barro, acompañadas por las nubes. Llegamos a San José y, como todo lo que sube, comienza también el descenso por un camino rocoso entre servidumbres y potreros, cuándo ya no se puede bajar más comienza la subida y en la cima, cruzamos el primer portillo… ¡Wow! La pared montañosa más bella que hayamos visto, con una densa selva que protege el agua, grandes cascadas derramando vida entre la montaña.
Caminamos entre pájaros, ranas de cristal, mariposas y mulas con un calor propio de la selva. Cansadas y con las botas empantanadas hasta el bordito del caucho, llegamos al fin donde Érica, la presidenta de la Junta de Acción Comunal quien nos recibe con una deliciosa limonada bien fría, precisa para la sed del cansancio y la calidez característica de las morreñas. Allí conocemos al personaje de personajes: Michel, una niña mariposa quién vivirá por siempre en el recuerdo de todas.
Comenzamos el taller, contamos sobre las arpilleras, relatamos una historia para evocar el recuerdo y comenzamos a conversar buscando un poco de información respecto a la arriería. El reto es siempre trabajar pensando en la población objeto (las mujeres), pues a la final cuando se trabaja en lo comunitario es frecuente perderse entre las diversas voces, sin poder escuchar a quienes más necesitan ser escuchadas: las niñas. A veces nos cuesta pensar que las niñas tienen cosas por decir: las niñas median, escuchan, aprenden, enseñan.
Las niñas y niños hacen su arpillera con la voluntad y convicción de acabar, y las adolescentes y adultas también, cada una a su ritmo, con sus deseos y capacidades. Cada quién teje su vida. La tejemos con retazos de jeans viejos y de tela que buscan ser adoptados y rescatados de la bolsa que les contenían, deseando no acabar en la basura ni en el río. Su súplica es escuchada y ahora son parte de la transmutación, ya no son pedazos de tela, sino historias. Sin lugar a dudas, la alegría y el orgullo con la que cada persona mira sus arpilleras y nos relata su vida, los ojos brillantes por ser reconocidas, admiradas, escuchadas, la calidez de su gente y sus imponentes montañas, las llevaré siempre en mi corazón.
Lina María Osorio
Helechos al borde de la carretera guían la entrada: un camino poco conocido empieza a enmarcarse con las huellas de la mula, hilos de agua que atraviesan la montaña, unas botas serpenteantes andan, corren, paran, también observan; así empieza nuestro recorrido.
Unas risas juguetonas se acercan y deciden guiarnos, nos cuentan sus historias mientras nos retan a saltar, a caminar con agilidad y a conectarnos un poco más con esta realidad.
Desde la cima de la montaña se observa un caserío con techos algo oxidados… hasta allá es nuestro caminar. El final lo anteceden rocas grandes, tierras de colores, musgo, humedad, casas de habitantes, miradas simpatizantes, animales observantes. En el llegar está la humanidad entendida y sentida, nos reciben con aguapanela con limón, y en torno a ella, se da una primera mirada y aflora el conversar.
Nos encontramos con la timidez de mujeres que se desenvolvían en su quehacer: ensillar el macho, recoger material en el charco, llevar el bogado; contadas palabras se cruzan para tratar de develar las experiencias que a ellas las atraviesan y, ese intentar acercarse desde la intimidad de ser mujer nos permite entrelazar y calar, no solo en las primeras entradas sino en las demás.
El llegar a un hogar, el sentir el calor de quienes lo habitan y el acoger, implica y conlleva hacer espacio al otro: físico, dentro del sentir y vivir. Allí, Michel, entre la pena y la timidez se acerca, tantea y nos cuenta historias, relatos -entre risas- y se va soltando. Otras risas también suenan, la de Estefanía, que en sus ojos lleva una muestra de campo, de bosque frondoso aislado, también la de Alejandro en el guiarnos, cuando nos estamos alejando, entre el galopar del macho.
Mientras nos despedimos sentimos que ha sido valioso lo andando, lo recorrido y vivido.
Lola, María Gianelli Montoya García
Este transitar de la zona urbana a la rural, es una experiencia simbólica en la medida en que cada persona pueda conectarse de formas diversas con el recorrido. A la vereda se ingresa en chiva o en moto por términos de lejanía y facilidad. Ir en chiva permite conocer y reflexionar acerca de las formas de vida de las habitantes de las veredas e interactuar desde la palabra.
Gracias a ello, las mismas dinámicas rurales hacen que el relacionamiento sea desde la fraternidad y la ayuda. Sobre todo, la experiencia del recorrido con los niños es muy gratificante y simbólica ya que desde los niños se genera otros tipos de conocimientos del territorio y del espacio que habitan, además de la disposición y amabilidad.
Dentro de la experiencia y el contacto con las mujeres se logra percibir un patrón que comparten muchas mujeres en ese contexto: va desde las madres en su papel de cuidadoras, educadoras y responsables de muchas otras laborales dentro del territorio, como también el de las jóvenes en sus maneras de relacionarse y entenderse con el territorio y las demás personas. Esto desemboca, sin duda, en un empoderamiento importante como actoras de la construcción y mantenimiento de sus espacios y territorio, desde el hacer, las formas en compartir y liderar espacios dentro de sus cotidianidades.
Su actitud frente a conocer otras experiencias que se salen de sus normatividades, siempre se manifiesta de forma creativa, amorosa, comprometida y propositiva, además de conocer la carga ancestral y generacional respecto a las actividades características de las mujeres. Las mujeres de esta vereda representan la tierra, el amor y el cuidado, por lo que eso nos hace sentir orgullosas del poder con el que contamos las mujeres y el papel importante que representamos en un territorio. Así mismo, son símbolos de la lucha y la resistencia en las que, históricamente, se han entrenado fruto de las relaciones de poder y las acciones machistas marcadas en las costumbres de nuestras montañas.
Esto nos hace cuestionar las dinámicas que acarrea el campo, ya que ello también representa factores de desigualdad social, poco reconocimiento a sus laborales, olvido estatal, pérdidas de muchas prácticas ancestrales, así como de formas de vida y relacionamiento familiar y social.
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