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Mujeres que abren trocha

Tuve como madre a una mujer excepcional, de la que aprendí a “no dejarme de nadie”. Una campesina de San Vicente, sin educación, pero inteligente, con visión prospectiva, con mirada política y estratégica, con una gran capacidad de análisis y de tomar decisiones acertadas. Esta sociedad patriarcal, machista e inequitativa no le dio la oportunidad a ella, ni al mundo, de conocer, desarrollar y aprovechar todo el potencial que contenía en su ser mujer… Y como ella, miles.

Con su imagen y ejemplo, desde muy joven, apenas en la universidad y motivada por las experiencias y reflexiones que se viven en ese espacio maravilloso que es el Alma Mater, empecé a interesarme, o como dirían otras, a “picarme el mosquito del género”. Más grave aún, del feminismo. Comencé a ver, cada vez con más claridad y detalle, cómo en las relaciones sociales de género las mujeres vivíamos en desventaja. A reconocer en mí y en otras mujeres el peso de la cultura patriarcal, que se observa no solo en las relaciones entre hombres y mujeres, sino también en las relaciones intergénero, es decir entre mujeres; en las intergeneracionales; entre lo rural y urbano (la ciudad), y en todos los espacios de socialización, como la familia, la escuela, la iglesia, las organizaciones sociales, las instituciones.

Empecé a entender el mundo desde la clasificación que la cultura hace a partir de los roles, el lugar en la sociedad y el ejercicio del poder, basado en estereotipos de género, donde lo femenino es subvalorado y lo masculino sobrevalorado, con todo lo que esto significa: barreras, brechas y violencias que nos confinan al espacio doméstico – privado y nos excluyen de lo público.

Con ese mosquito haciendo estragos, generando preguntas y mucho malestar, la vida me fue acercando a otras mujeres con las mismas inquietudes y me dio la oportunidad de trabajar en una institución para la cual la desigualdad y la inequidad de género debían ser eliminadas. Nos movía la idea del “fin del patriarcado”. Así, desde mi rol de asesora en la Corporación Conciudadanía, conocí y me involucré en la Asociación de Mujeres del Oriente antioqueño – AMOR, un proceso acompañado por la Corporación para promover el empoderamiento y organización de las mujeres, la formación para la participación ciudadana y el ejercicio político, y la incidencia en las políticas públicas, así como en la planeación con perspectiva de género. Nos volvimos fastidiosas con eso del lenguaje incluyente, porque estábamos convencidas de que lo que no se nombra no existe. De ahí que, cuando se hablaba desde el género hegemónico masculino, no nos sentíamos incluidas ni convocadas.

Hoy, tanto Conciudadanía como AMOR suman más de 30 años trabajando por esta causa, para mejorar las condiciones materiales de vida de las mujeres, cambiar las relaciones de subordinación por relaciones entre iguales, basadas en el respeto por la dignidad humana, y posicionarlas como un actor social con propuesta y capacidad de acción y convocatoria en la región. Ahora, en todos los municipios del Oriente existen organizaciones y colectivas de mujeres adultas y jóvenes que, desde voces diversas, mantienen la lucha, la recrean y le imprimen la creatividad que el movimiento necesita. Esto sin contar con los avances en legislación, políticas y programas de género.  

En esta oportunidad, en el marco de la conmemoración del Día Internacional por los Derechos de las Mujeres, siento la necesidad de rescatar y resaltar a tantas mujeres que han dejado huella en mi conciencia y mi corazón. Muchas de ellas ancestrales, a las que conocí por la historia, por sus textos y referencias que nos abrieron trocha a las siguientes generaciones. Otras que han sido mis compañeras de viaje, mis maestras, mi madre, mis hermanas y las demás mujeres de mi familia, a quienes estoy segura les debo lo que soy y las oportunidades que he tenido.

Y muy especialmente, a las que siguen en la lucha noviolenta por la igualdad y son estigmatizadas y señaladas por quienes no entienden el sentido de lo que decimos y hacemos.

Reconocerme mujer y tener espacios de encuentro con otras para contribuir al cambio cultural, ha sido una de las mejores cosas que me ha pasado en la vida.

¡A TODAS ELLAS, MUCHAS GRACIAS!

 

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