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Una minga para caminar, para prestar el brazo, una minga que piensa y hace en colectivo

Colombia nos muestra las cicatrices de la horrible noche que no cesa. Nuestros cimientos como país están sobre las violencias continuadas hacia los pueblos originarios que han habitado ancestralmente este territorio. Violencias, que se han acumulado en la historia de los pueblos...

Por Ana María Henao Buitrago, especialista en Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario, y asesora en Paz y Reconciliación de Conciudadanía. 
Foto de portada, tomada del video del Himno de la Guardia Indígena. 

Colombia nos muestra las cicatrices de la horrible noche que no cesa. Nuestros cimientos como país están sobre las violencias continuadas hacia los pueblos originarios que han habitado ancestralmente este territorio. Violencias, que se han acumulado en la historia de los pueblos, como la violencia del desarraigo o la violencia epistémica que niega los saberes, conocimientos, las lenguas y las formas de comprender el mundo. Violencias que se articulan con la violencia física y la violencia armada que han ocupado territorios y fragmentado los vínculos con éstos, violencia que ha llenado de sangre lugares sagrados y ha generado la negación de la autonomía territorial.


Las palabras de Aníbal Quijano explican cómo América Latina se fundó sobre un poder colonial que pervive hasta hoy. Estas jerarquías fueron construidas en torno a la idea de “la raza”, a través de la cual se dio legitimidad a las formas de dominación.


La globalización en curso es, en primer término, la culminación de un proceso que comenzó con la constitución de América y la del capitalismo colonial / moderno y eurocentrado, como un nuevo patrón de poder mundial.


Uno de los ejes fundamentales de ese patrón de poder es la clasificación social de la población mundial sobre la idea de “raza”, una construcción mental que expresa la experiencia básica de la dominación colonial y que, desde entonces, permea las dimensiones más importantes del poder mundial, incluyendo su racionalidad específica: el eurocentrismo.


Dicho eje tiene, pues, origen y carácter colonial, pero ha probado ser más duradero y estable que el mismo colonialismo en cuya matriz fue establecido 1. Los trazos de la violencia colonial persisten en la negación de los indígenas, en la subvaloración cultural de la raza indígena y su cosmovisión; en el reconocimiento de su autonomía territorial, en las reparaciones fragmentadas e incompletas, en la persecución y el asesinato de líderes indígenas que siguen presentes hasta hoy 2.


Sin embargo, los pueblos originarios han mostrado que sus cosmovisiones pueden albergar muchas de las respuestas a las crisis que ha generado el capitalismo y la modernidad. Entender que los seres humanos sólo somos una parte de los ecosistemas, que la tierra hace parte de la vida y que su perecimiento es el nuestro. Al respecto Eduardo Gudynas señala:


“Los aportes de distintos saberes indígenas han sido fundamentales en esa tarea, ya que brindan conceptualizaciones y sensibilidades sobre qué es una buena vida, que no incluyen ideas análogas a un desarrollo o a un progreso, ni que están restringidos al consumo material. Entre los más conocidos aportes para el Buen Vivir se encuentran las ideas del Sumak Kawsay de los Kichwas de Ecuador, y el Suma Gamaña de los Aymara de Bolivia. Otros ejemplos en el mismo sentido se encuentran en las ideas de Ñande Reko de los Guaraníes, el Shiir Waras de los Ashuar de la Amazonía ecuatoriana, e incluso para los Mapuches del sur de Chile hay similitudes con su Kume Morgen 3 ”.


Somos herederos de formas de pensamiento donde el individuo es el centro, la competencia es la regla y por ello nos cuesta comprender formas de pensamiento donde el valor está centrado en la vida y no en las cosas, en el colectivo y las posibilidades de éste, crear en colectivo, donde es más el valor del pueblo que el de un solo sujeto.
La minga encarna valores como la solidaridad, la autonomía que se acercan a nuestras formas de democracia participativa donde el sujeto es el pueblo, la comunidad más que los intereses individualmente concebidos.


La minga, entonces, es una forma organizativa que agrupa a los pueblos originarios en torno al trabajo común. Así, se está “minga adentro” cuando se fortalecen las comunidades indígenas en su interior, para el fortalecimiento de la identidad y vida en común; y la “minga afuera”, cuando reivindican sus propios derechos y cuando se conectan con el resto de la población para sumarse a las luchas y solidarizarse con los derechos de los demás. También la minga se concibe como una forma colectiva de resistencia, que implica acciones colectivas de distintos índoles para tramitar los reclamos y exigencias sobre sus derechos.


La lucha de los indígenas por la supervivencia es milenaria y nos acompañan de manera solidaria, hoy en el despertar de un país atemorizado por la guerra, porque han experimentado la negación de su subjetividad desde la fundación de esta nación, conocen de cerca la exclusión y concentran su fuerza en el trabajo colectivo, porque una minga es eso: trabajar en comunidad por el bien común.


Conciudadanía revindica el valor de la diferencia, lo que ésta nos aporta para la construcción de un país diverso; pero más allá, reconocemos que los pueblos indígenas son parte de nuestra historia, que nuestra sangre es su sangre y que sus enseñanzas son la base para construir una Colombia distinta, incluyente y respetuosa de la vida en todas sus formas.


Compartimos el Himno de la Guardia Indígena:


Referencias bibliográficas

[1] QUIJANO, Anibal. Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina. Pag. 1

[2] CIDH. 2020. Comunicado sobre la vulneración de derechos al pueblo UWA. http://www.oas.org/es/cidh/prensa/comunicados/2020/261.asp

CIDH. 2014. Verdad, justicia y reparación: Cuarto informe sobre la situación de derechos humanos en Colombia. OEA/Ser.L/V/II. Doc. 49/13 31 diciembre 2013

[3] GUDYNAS, Eduardo.2014. El posdesarrollo como crítica y el buen vivir como alternativa. Universidad Autónoma de México.

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