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Jaime H. Díaz Ahumada: Un luchador acorazado con paz

Luchar no es sinónimo de violencia. Hoy la historia de la humanidad ha demostrado que se puede ser un luchador sin levantar un puño. Este es el caso de Jaime H. Díaz.

Por Carlos Badel.

Luchar no es sinónimo de violencia. Hoy la historia de la humanidad ha demostrado que se puede ser un luchador sin levantar un puño. Este es el caso de Jaime H. Díaz, un hombre que nació en Bogotá en una gran familia conformada por siete hijos: cuatro mujeres y tres hombres. Un hogar liderado por dos seres humanos extraordinarios: su padre un carismático odontólogo y su madre, una consejera dedicada a sus hijos y al servicio de los demás, quienes fueron parte esencial de los valores que hoy definen a Jaime.


Jaime estudió el bachillerato en un Seminario Menor, ubicado en la Sabana de Bogotá, institución dirigida entre otros por sacerdotes españoles franquistas. Durante su proceso educativo recibió una formación humanista y la posibilidad de aprender griego y latín, conocimientos que le permitieron entender mejor el español y por ende, los procesos comunicativos, dándole así una visión más amplia sobre el mundo.


Desde muy joven manifestó gran gusto por la literatura, en especial por autores rusos como Dostoievski, Tolstói, Chéjov y Gorki, cuyas historias marcaron su formación, sus búsquedas y su curiosidad. Al poco tiempo quiso explorar otros escritos con variedad de postulados idealistas y sociales, alejadas totalmente de las impartidas por el Seminario. Decisión que le abrió al mundo y le permitió entender que parte de su labor era transmitir lo aprendido, pero sobre todo tener un compromiso con una mayor dimensión de lo social.


En su afán de promover entre sus compañeros nuevos horizontes por medio de lecturas alternativas, a las clásicas de un Seminario, se enfrentó al disgusto de los directivos, pues estaba promoviendo a través de sus recomendaciones literarias, cosmovisiones que no iban en consonancia con la institución, lo que lo llevó a su expulsión del Seminario.


Luego de terminar su último año de estudios de bachillerato, en otra entidad educativa en el municipio de Chía, Jaime logró regresar al seminario, pero ahora como religioso en un Seminario Mayor. “Soy una persona que no abandona sus objetivos y desde Joven dije que quería estudiar en el Seminario”, afirma Jaime. Por lo que al reingresar al Seminario, hizo el periodo de noviciado y posteriormente pasó a estudiar Filosofía en la Universidad de San Buenaventura en Bogotá.


Primer round: la inspiración

Al comenzar los estudios de Filosofía inició también su trabajo social como activista, librando sus primeras batallas para convertirse en un defensor por los derechos humanos. Corría el año 1970 y el joven Jaime fue abordado por un amigo quien le comentó sobre la problemática que vivían unos campesinos de los Llanos Orientales, quienes habían sido despedidos de las tierras donde laboraban y privados de la posibilidad de trabajar. A raíz de ello, Jaime y su amigo decidieron acompañar a los campesinos a buscar vías expeditas, como la invasión de tierras para lograr que la tierra fuera para quienes la trabajaban. De esta manera crearon un grupo de acción social en la Universidad que se movilizaba a los Llanos para interactuar con los campesinos.


La lucha por la tierra no fue fácil, sobre todo cuando los campesinos se desalentaban ante los atropellos y los lentos procesos burocráticos. Pero la persistencia en el justo reclamo de la tierra para los campesinos, con acciones que iban desde intentos de invasión de tierras, hasta manifestaciones y gestiones ante el INCORA, permitieron después de varios años que les fueran entregadas más de 2.000 hectáreas de tierra a 50 familias campesinas, de forma comunitaria. Este sistema comunitario fue más un ideal de Jaime y sus amigos, que un convencimiento de los propios campesinos, que pocos años después parcelaron la finca para cada uno de los adjudicatarios.


Mientras tanto los directivos de la Comunidad Religiosa a la que pertenecía, se manifestaron en franco rechazo por el trabajo social que llevaba a cabo, donde Jaime justificaba y promovía la toma o invasión de tierras, si ese proceder fuera necesario para que la tierra fuera para quien la trabaja. Además por su activa participación en paros estudiantiles y nacionales, así como por su trabajo con los pobres, tan diferente a la opción que le proponían desde la Comunidad Religiosa para trabajar en colegios para gente de clase pudiente. Estas distintas posiciones del joven seminarista, hicieron que los directivos de la comunidad religiosa lo apartaran de ella. Jaime hoy se alegra que esa haya sido la determinación, pero también agradece y valora lo aprendido y vivido en su vida como religioso.


En 1972 vivió un suceso que le impactó: “Vi un corto llamado El oro es triste (se puede encontrar en internet), el cuál mostraba la miseria en Barbacoas (Nariño); no obstante la explotación del oro desde la Colonia, la población vivía en la más absoluta miseria, situación que se extiende hasta nuestros días acompañada de la corrupción y la desidia estatal, no obstante la riqueza producida”.


Una vez se había logrado la tierra, Jaime comenzó a acompañar a los campesinos a hacer gestiones económicas para ponerla a producir. En ese proceso ante agencias de cooperación internacional logró contactar a Misereor, mediante una oficina de asesoría y consultoría llamada CENPRODES. El director de esta entidad al conocer el trabajo desarrollado por Jaime, le invitó a formar parte de CENPRODES como subdirector.


Segundo round: rendirse nunca

Gracias a su buen desempeño, Misereor en 1980 le permitió gozar de una beca en Bélgica para adelantar un postgrado en Sociología. Para la época ya había estudiado Teología, obteniendo primero la licenciatura y después la maestría en la Universidad Javeriana. Estando en la Universidad Católica de Lovaina decidió adelantar estudios de doctorado en Teología, graduándose en 1984 y volviendo a Colombia.


Una vez regresó se vinculó de nuevo a CENPRODES como subdirector, desarrollando una activa labor de promotor, asesor y consultor de proyectos especialmente para Misereor (Alemania), pero también para otras agencias como Fastepfer (Suiza) y DKA (Austria).


Recorrió todo el país, aunque privilegió las zonas más apartadas y muchas de ellas donde acampaba la violencia. Tuvo grandes gozos con el esfuerzo, las luchas y los logros llevados a cabo por distintas organizaciones campesinas, indígenas, afrodescendientes y pobladores en distintos lugares del país, donde ha podido contribuir con su servicio de asesoría y acercamiento a las agencias de cooperación, para su financiación.


Pero también vivió tristes experiencias con organizaciones que asesoró y acompañó y sufrieron la violencia y la muerte. Como en San Pablo Bolívar, a mediados de los 80, donde líderes campesinos que había asesorado y que se habían mostrado independientes de las exigencias abusivas de la guerrilla, fueron asesinados. O como el asesinato por parte de terratenientes, paramilitares y fuerza pública de dirigentes indígenas de la etnia Zenú en Sucre y Córdoba, que llevaban a cabo un formidable proyecto de recuperación de tierras a las que tenían derecho. Frente a acontecimientos luctuosos como estos, Jaime se preguntó si era mejor abandonar este trabajo, que en algunos casos llevaba a la muerte de los líderes que se levantaban para exigir sus derechos y a los que él había contribuido a empoderar.


El asesinato de líderes como Alvaro Ulcué en el Cauca, Tiberío Fernández (compañero de estudio de teología y amigo) en el Valle o Yolanda Cerón en Nariño, a quienes había asesorado en sus luchas por los derechos de los más pobres, le han producido mucho dolor, pero a la vez han sido testimonio y fuerza para seguir luchando por un país más justo.


Tercer round: hora de construir

Este dolor no truncó su incansable anhelo de lucha por la equidad y la paz. Se armó de valor y de amor por su trabajo y luego de un tiempo, mientras cumplía sus últimos años como director de Viva la Ciudadanía entre 1992 y 1997, formó parte de una gran confluencia de organizaciones sociales llamada Comité de Búsqueda de la Paz promoviendo la búsqueda de una negociación en medio del conflicto armado. Jaime fue el segundo coordinador a cargo de este proceso y, pese a los avances, las múltiples amenazas que tuvo por parte de sectores paramilitares, le llevaron a abandonar el país más de un año de un año.


Sin duda, los años 90 fueron una década de una prolífica cocreación para Jaime. A comienzos de la década, en 1990 fue fundador de la Corporación Podion, de la cual es director desde sus inicios y también de Tiempos de Vida (1992), en Bolívar, en la cual también es presidente. Como director de Podion, formó parte de la fundación de Viva la Ciudadanía. Luego, en 1991 y en medio del contexto nacional que condujo a la creación de una nueva Constitución Política de Colombia, el director de la Asociación de Centros de Atención al Preescolar de Antioquia – Acaipa, Antonio Madariaga, lo invitó a realizar un cambio contundente y en pro de la ciudadanía mediante la fundación de la Corporación para la Participación Ciudadana – Conciudadanía, junto a otros defensores de derechos humanos.


“Conciudadanía nace con el fuego de la nueva constitución y con el concepto de crear empoderamiento para que los derechos sean hechos”, recuerda Jaime. Es decir, que el proceso del que venía de Acaipa con una movilización comunitaria alrededor de los niños, migró hacia el trabajo por la participación ciudadana a través del fortalecimiento de diferentes grupos poblacionales a nivel regional en toda Antioquia.


Narra Jaime que desde aquel 18 de octubre de 1991 en que se fundó Conciudadanía, ha participado en diferentes aspectos al interior de la Corporación desde su rol como socio. En sus inicios, por ejemplo, uno de sus más grandes aportes fue contribuir a la consolidación económica de la institución, gracias a sus conocimientos y contactos sobre las agencias de cooperación. La transparencia, capacidad de escucha y sinceridad, le han permitido a Jaime aportar desde su mirada sociológica y como socio, durante varios periodos formando parte del Consejo Directivo en la consolidación de esta entidad que presta un gran servicio en distintos procesos que se han desarrollado en el Oriente, Suroeste y Occidente antioqueño durante los 30 años.


La lucha no termina

De forma serena, cuenta Jaime que en su vida ha privilegiado la lucha por los derechos humanos, la construcción de paz, el trabajo social y el apoyo a comunidades, pues más que un trabajo, ha sido su pasión, su hobby. “¿A qué me dedico hoy? A lo mismo de siempre. Aunque hoy pongo uno de mis mayores esfuerzos en el cuidado de la Casa Común. Nuestro Planeta lo hemos enfermado gravemente y es urgente que lo salvemos”, afirma Jaime.
De manera autodidacta, hoy en día lo mueve la música clásica, la arquitectura: “No soy arquitecto, pero gozo construyendo. ¡Claro apoyado por profesionales de esta disciplina!”, exclama.


Gran parte de su tiempo lo dedica al apoyo de planes ambientales. Desde el 2019 viene animando y coordinando un programa denominado Servicio al Mundo, que es de carácter latinoamericano y busca compartir experiencias y realizar un intercambio de cooperación con personal Sur-Sur en la defensa de la Casa Común, con la pandemia se han retrasado los intercambios presenciales, pero espera que en el 2022 se retomen. Y como si esto fuera poco, afirma que la mejor arma de un luchador como él, es compartir sus ideales, valores y conocimientos.


Una de las últimas empresas que viene animando, con el apoyo de la agencia de cooperación Alemana, Pan para el Mundo, es el otorgamiento de becas de pregrado a jóvenes líderes vinculados a procesos sociales, como también becas de postgrado a trabajadores de las copartes de Pan en Colombia, actividades que se llevan a cabo mediante Programas Solidarios Ita-Cho, entidad de la que es fundador y director. Sin duda, Jaime no para de aportar de manera positiva en las vidas que toca.

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